Nuestros primeros 3 días los gastamos en París. Y digo gastamos porque utilizamos al máximo el tiempo. Nos caminamos París de punta a punta. Desde la Torre Eiffel hasta bordear el Sena y llegar a Notre Dame.
Sí, tomamos algún que otro tren, pero nos pasó algo muy loco. Ya habíamos comprado los boletos de tren y caminado hacia el andén casi vacío, cuando, hablando entre las dos (mi abuela y yo), una chica de unos 25/30 años, se da vuelta, nos mira, y nos pregunta: «¿Para qué lado quieren ir? Porque estoy casi segura que deberían estar paradas en el andén de enfrente». Por supuesto, con mi abuela largamos una carcajada enorme. Si el destino no nos mandaba a esa chica a estar parada justo delante nuestro, hubiéramos terminado Dios sabe dónde.
Creo, si la memoria no me falla, que nos dirigíamos a Montmartre. Nos bajamos en la estación, recorrimos todo lo que queríamos, subimos las grandes escaleras del Sagrado Corazón, y hasta fuimos a la Plaza de los Pintores en donde un artista me retrató, casi a la perfección.
Al otro día fuimos al gran Palacio de Versalles, imponente, maravilloso. Digno de pasarse una semana recorriendo cada una de sus 700 habitaciones. De más está decir, que los jardines son increíbles, todos muy bien diseñados y con una prolijidad que los distingue.
Esa noche fuimos al Lido sobre la famosa avenida Champs-Elysees. Un show muy lindo, y hasta con patinaje sobre hielo.
París tiene esa cosa de pocos lugares. Cada bar, cada rincón es mágico. París, no te abandono.
«Y el cielo de París
Tiene su propio secreto
Tras veinte siglos está enamorado
De nuestra isla Saint Louis»
Edith Piaf – Bajo el cielo de París
Mi alma nómada 